Los estrategas de marketing permanentemente se preguntan sobre la propuesta de valor de su marca. Así, algunos le apuestan a la economía, otros, por el contrario, al lujo y la exclusividad, hay quienes centran sus esfuerzos en la cercanía, otros en la óptima calidad, en la comunicación, o bien, en el factor sorpresa para el consumidor. Siempre habrá que tener una y solo una respuesta a ese valor agregado de las marcas, la cual ha de ser el foco y la esencia de la marca.

 

Revisando el mercado actual y las propuestas de valor de las marcas, vemos que entran en vigencia dos ofertas. Ambos son bien interesantes. Cada una es un extremo, y lo curioso es que se contraponen entre sí. Nos referimos pues a lo siguiente:

 

Por un lado, está la indulgencia, el lujo, el placer, la abundancia, la saturación o la gula, si así se quiere llamar. En este extremo caben perfectamente lo que muchos han denominado porn, acercándonos a propuestas como la porn-food, por ejemplo. Aquí nos encontramos con propuestas como las malteadas que no se conforman con licuar un helado de vainilla, sino que éstas mezclan varios sabores, trozos de brownie, galletas, crema chantillí, salsas, toppings de futas y cucuruchos, o en co-brandings como m&m, Toblerone, Oreo, ralladura de coco, frutos secos, entre otros ingredientes. Situaciones similares nos encontramos en otras industrias como la automotriz, los móviles, el cuidado personal, y ni hablar de la moda.

 

En contraposición, está lo natural, el minimalismo, el valor de lo simple o el ayuno, si así queremos metaforizarlo a la luz del otro extremo del marketing. Así como en el caso anterior los claims preferidos de las marcas eran “con”, “extra”, “doble”, “triple” o “agrandado”; en este lado nos encontramos con comunicaciones de marca que se basan en el “sin”, “bajo en”, “reducido en” o “libre de”. Esta cara del marketing llega incluso a lo que conocemos como los antiproductos, hallando opciones, hasta en los productos básicos incluso, como la sal sin sodio, el café sin cafeína, la leche sin lactosa. ¿O qué decimos de la mantequilla que no es mantequilla?

 

 

Así pues, tenemos dos mundos, dos extremos, y lo mejor: conviven en el mercado.